Para conocer la historia del imperio azteca basta con echar una mirada al Centro Histórico, pero si algo ha impactado a los chilangos son los hallazgos arqueológicos de los monolitos prehispánicos en CDMX.
El poderío mexica se expresó en distintos rubros: economía, guerra, arquitectura y arte. Nada es para siempre, excepto… las piedras. Calendarios, figuras de culto, templos, recintos y más han trascendido los siglos hasta llegar a nuestra modernidad.
Si aún no conoces estos monolitos o no sabías su verdadera historia, checa este recuento.
Monolitos prehispánicos en CDMX
En tierra azteca se utilizaron grandes bloques de roca para esculpir, delinear y plasmar elementos, símbolos, deidades y conocimiento que envolvían la cultura del imperio.
Una sola piedra era el origen de lo que ahora consideramos como piezas emblemáticas de nuestro pasado y que nos dan cuenta de cómo estaba constituida la cosmovisión de las sociedades prehispánicas.
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Coyolxauhqui
Coyolxauhqui, la adornada de cascabeles según la etimología náhuatl, era la diosa de la Luna, hermana de Hutzilopochtli y regente de los cuatrocientos surianos, también hermanos de esta deidad.
El mito que plasma este monolito prehispánico parte del nacimiento de Hutzilopochtli y la guerra que declaró Coyolxauhqui junto con las estrellas del sur.
Coyolxauhqui enfurecida por el inexplicable embarazo de su madre decide matarla para recuperar su honra. Sin embargo, el dios del Sol, preparado con su armadura y su escudo adornado de plumas de águila, emerge del vientre de su madre para la afrenta.
En la batalla, Xiuhcóatl, una serpiente que acompañaba a Huitzilopochtli, hirió a Coyolxauhqui; el dios del Sol aprovechó el momento y le cortó la cabeza. El cuerpo de su hermana cayó hecho pedazos bajo el cerro del Coatépetl, pero su cabeza fue lanzada al cielo para convertirse en la luna.
En 1978, durante algunos trabajos de construcción, se descubrió este monolito de casi ocho toneladas y 3.25 m de ancho al pie de una escalinata del Templo Mayor.
Dónde: Museo del Templo Mayor
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Tlaltecuhtli
Esta diosa era un monstruo en cuyas articulaciones tenía bocas y ojos devoradores. Como en todo mito de cosmogonía, de una lucha o destrucción nace la vida y Tlaltecuhtli no es la excepción.
Quetzalcóatl y Tezcatlipoca tomaron la forma de serpientes y la desmembraron para que una parte de la diosa diera origen a la tierra y la otra al cielo.
Cada parte del cuerpo de Tlaltecuhtli fue punto de partida para el nacimiento de diversos elementos de la naturaleza.
Del pelo nacieron las flores, los árboles y las hierbas; la piel dio origen a los prados; de los múltiples ojos emanaron los pozos de agua; de las bocas fluyeron los ríos y cuevas profundísimas; y de su nariz, las montañas.
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La ferocidad de la diosa no murió con su desmembramiento, ya que para aplacar su ira que brotaba de la tierra exigía ofrendas de sangre y corazones humanos.
Así Tlaltecuhtli se convierte en la deidad de la tierra que se sostiene a través del sacrificio. Su símbolo es la renovación.
El monolito de la diosa Tlaltecuhtli es el más grande encontrado hasta ahora en la CDMX. Además, es único en su tipo no solo por sus dimensiones sino por el colorido original con el que la decoraron hace más de 500 años. El hallazgo de esta pieza prehispánica monumental fue el 2 de octubre de 2006.
Dónde: Museo del Templo Mayor
Coatlicue
Coatlicue, diosa de la tierra y la fertilidad, es la madre de las deidades del Sol y de la Luna. El mito dice que mientras barría en el cerro de Coatepec, a manera de penitencia, una bola de plumas cayó del cielo; ella lo guardó en su pecho y casi enseguida notó que estaba embarazada.
Cuando su hija Coyolxauhqui se enteró, convocó a sus cuatrocientos hermanos, las estrellas del sur para darle muerte. Sin embargo, antes de que descargara el primer golpe de guerra, Hutzilopochtli emergió del vientre de Coatlicue y mató a la diosa de la Luna y a sus hermanos.
La falda de serpientes que viste Coatlicue y el cráneo descarnado con el que suele representarse simbolizan la vida, la tierra y la regeneración.
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El hallazgo de este monolito prehispánico de la CDMX no es reciente. Su descubrimiento se realizó en 1790 durante las excavaciones previas a la colocación del drenaje en la Nueva España.
Dónde: Museo Nacional de Antropología
Tláloc
Las historias en torno a este monolito prehispánico en la CDMX van desde discusiones entre arqueólogos acerca de qué deidad está representada hasta anécdotas del aguacero que cayó en territorio chilango el día que lo trasladaron desde Coatlinchán, Estado de México.
Hay que aclarar que esta pieza no pertenece al poderío mexica sino al señorío de Texcoco.
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Pero, ¿es Tláloc o qué deidad está representada? Salvador Suárez, cronista de San Miguel de Coatlinchán, cuenta en una entrevista que las características de este monolito no pertenecen al dios de la lluvia sino a Chalchiuhtlicue, señora del agua o diosa de los lagos y de las corrientes de agua.
“Tláloc se representa con una máscara o mascarón con ojos redondos o, como dicen algunos, antiojeras y tiene al centro una especie de serpiente que forma la nariz”, comenta Suárez.
Entre protestas de los habitantes de Coatlinchán, extrajeron el monolito y lo montaron en carros-tractores para trasladarlo a la Ciudad de México el 16 de abril de 1964.
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Ese día llovió a cántaros y varias colonias sufrieron inundaciones, por lo que la gente concluyó que era un augurio por traer a este guardián o guardiana de las aguas.
En lo que los expertos en arqueología determinan la verdadera identidad de este monolito, su impresionante imagen engalana la entrada del museo que resguarda gran parte de la historia prehispánica en México.
Dónde: Museo Nacional de Antropología
Piedra del sol
El 17 de diciembre de 1790, algunos meses después de que en la Nueva España se descubriera el monolito de la Coatlicue, emergió de la tierra la piedra del sol, cuyo amplio simbolismo continúa en minuciosos estudios.
De acuerdo con el investigador Eduardo Matos Moctezuma, en esta pieza prehispánica podemos observar distintas fases de recorrido solar:
Amanecer: Huitzilopochtli nace y se eleva al cielo.
Mediodía: El sol llega al centro y refñeja su rostro.
Atardecer: Tzontémoc, dios del ocaso, se transforma y acompaña a las mujeres guerreras que han muerto en el primer parto.
Este imponente monolito, herencia de avances astronómicos y cronológicos de los aztecas, también ha inspirado a escritores como Octavio Paz, quien hizo un poema llamado Piedra de Sol.
Dónde: Museo Nacional de Antropología
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LM