Desde tiempos mitológicos, los ríos y lagos han sido umbrales enigmáticos ligados al proceso espiritual entre la muerte y el renacer. Encontramos algunos ejemplos prehispánicos en los que se personifica al inframundo a través del agua; el lago de Cajititlán donde se han encontrado en sus profundidades vasijas, figuras de piedra y de barro que datan a la época tolteca; el lago de Pátzcuaro, con una interesante historia sobre el intento de suicidio del rey michoacano Caltzontzin a la llegada de los españoles y los manantiales hallados por los aztecas en los parajes de Chapultepec, que según su creencia tienen propiedades curativas.
En este sitio Moctezuma ll también intentó suicidarse, una vez que le avistaron la llegada de los españoles a su tierra y con ello el fin del Imperio Azteca. De alguna manera, los intentos de suicidio de estos reyes tlatoanis evidencian la sacralidad de los lagos, pero también de las grutas y cuevas, otro punto de acceso al más allá con innumerables significados.
Cuevas
Las cuevas fueron un refugio para los antiguos; la “boca o vientre de la tierra”, el ombligo “Xicco”, cuyo nombre también se le dio a un lago hoy ubicado en Iztapalapa, la morada de algunos dioses y espíritus del agua, lugar que por la virginidad de sus manantiales se utilizaba para rituales y para construir cámaras mortuorias.
Con todas estas características es evidente que una cueva habría de tener un significado más universal, por ejemplo, la entrada al inframundo.
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Chapultepec era considerado sagrado por los toltecas medio milenio antes que Moctezuma y lo mexicas lo miraran así. Para ellos era un regalo de sus ancestros, y llegaron a valorarlo de tal forma que se realizaron obras para embellecer el lugar y cargarlo más de energía mística.
Moctezuma ll mandó a poner estanques con peces; Nezahualcóyotl, el poeta, rey tezcocano y amigo de Tenochtitlán, le regaló a Chapultepec cientos de especies de flora y fauna. Cabe destacar que los sitios que se dedicaban al cautiverio de los animales se veían como santuarios.
Entre las especies de flora que donó se encontraba los fantásticos árboles ahuehuete, que hasta la fecha, en la famosa gruta mitológica permanece uno de ellos, plantado por el mismo Nezahualcóyotl y bautizado por el Colegio Militar años más tarde como “El Sargento”.
La entrada al inframundo se encuentra en la Ciudad de México
A un lado del Sargento y pasando el Audiorama, un lugar dedicado a la lectura y la tranquilidad, se encuentra la entrada al inframundo, o al Cincalco. Existen algunas leyendas nahuas que encuentras en el Códice Florentino del escritor y misionero Fray Benardino de Sahagún, donde se relatan historias del rey tolteca Huemac que también fue sacerdote de Quetzalcoatl.
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Se dice que Huemac huyó a la gruta hermética de Chapultepec para suicidarse. Algunos escritos dicen que se ahorcó, otros que entró a la cueva para nunca más salir. El caso es que esta leyenda resonó tanto en la cultura azteca que el mismo Moctezuma ll, a la llegada de sus avistamientos infernales sobre el fin de su imperio, decidió hacer lo mismo. Se dice que al llegar a la cueva Huemac le negó el permiso, o que de alguna manera logró convencerlo para afrontar lo inevitable.
La leyenda
El Cinalco de Chapultepec, siguiendo al Códice Florentino, poseía dos conceptos sobre el más allá. Por un lado el Mictlán, lo que tal vez podríamos asimilar como infierno, custodiado por Micantecuhtli y Mictecacihuatl, dios y diosa del inframundo. Un sitio que contenía hermosos paisajes en su interior, cascadas, árboles, manantiales y dos sierras por las que pasaba una serpiente a la que se debía seguir.
El muerto debía de llevar consido un perro de color bernejo para pasar por el río de la muerte. Según la tradición, los muertos debían pasar por nueve lugares donde acechaban diversos peligros antes de llegar a Mictlán. Sahagún nos refiere a Mictlán, como “la casa donde hemos de morar, casa de perpetuas tinieblas y oscuridad, donde no hay ventana ni luz alguna, donde está nuestro padre el dios del infierno y nuestra madre la diosa del infierno”.
Por otro lado se encontraba el Tlalocan, que los nahuas concebían como el paraíso de Tlaloc, un lugar de riqueza, carente de sufrimiento; paisaje de belleza, donde abundaba el maíz y las aves de plumas preciosas. Se menciona que de este lugar procedía el agua benéfica y necesaria para la vida en la tierra. En Chapultepec se llegó a encontrar la figura de un Tlaloc estilo mexica, que nos hace pensar que en este lugar también se encontraba una especie de adoratorio.
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Como podemos ver, el inframundo nahua se concebía como una especie de metáfora sobre la vida después de la muerte, que en nuestros días puede llegar a ser difícil de entender. Se contempla como un sitio muy profundo de la tierra, que no tiene carácter de eternidad sino de cambio, evolución y trascendencia. Un espacio donde la penalidad del alma solo es transitoria.
AAM