Este 2021 se cumplen 11 años de la guerra civil en Siria, un conflicto desgarrador y violento que no ha cesado desde las revueltas de la Primavera Árabe y las manifestaciones populares que Bashar al Assad reprimió con violencia.
Las consecuencias de más de una década de guerra son más de medio millón de muertos, cinco millones 600 mil refugiados y seis millones seiscientos mil desplazados internos.
Aunque el gobierno del actual presidente de la República Árabe Siria controla el 70 % del territorio, por ahora en la región se mantiene una calma tensa sin grandes avances ni para los rebeldes -grupos armados que se rebelaron contra el régimen- ni para el régimen sirio- de Al-Assad, el único mandatario que sobrevivió a la Primavera Árabe-. Sin embargo, Siria está hundida en su peor crisis humanitaria.
Por ejemplo, el fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) aseguró que, al menos, un millón de niños sirios nacieron como refugiados durante la huida de sus familias de la guerra, y que otros 4.8 millones de niños vinieron al mundo en territorio bélico durante los primeros 9 años de conflicto.
El año pasado, Rusia y Turquía, aliadas al sistema de Al-Assad y de los rebeldes respectivamente, acordaron un alto al fuego en Idlib tras semanas de tensión en la zona; esto puso fin a las ofensivas del régimen por recuperar Idlib, el último bastión rebelde, provocando el desplazamiento de aproximadamente un millón de personas en apenas tres meses.
Sin embargo, hay que remontarse hasta 2011 para conocer el origen de todo: la llegada a Siria de la Primavera Árabe -nombre con con el que se identifican la serie de manifestaciones de carácter popular y político que ocurrieron en la región árabe, principalmente desde inicios del 2011 y que condujeron a la caída de las dictaduras de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, el reforzamiento de la violencia en Yemen y la guerra civil en Libia.
Al principio, los sirios se manifestaron de forma pacífica, pero la detención y tortura de varios adolescentes en Deraa provocron una revolución en todo el país. La dura represión contra las protestas provocó que algunos generales desertaran y fundaran el Ejército Libre de Siria. Así, varios países del Occidente, Turquía y las monarquías del Golfo Pérsico apoyaron a la oposición.
En 2012, la revolución se convirtió en una guerra abierta. La Organización de las Naciones Unidas organizó la primera de muchas negociaciones de paz que fracasaron. El Ejército Libre de Siria tomó parte de Alepo, la capital comercial del país, que quedó dividida en dos: la parte del este, controlada por los rebeldes, y el oeste, en manos del régimen. La lucha por Alepo se extendió por más de 4 años, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia de la oposición siria.
Para 2013, el Gobierno sirio lanzó un ataque con armas químicas contra Guta, un barrio de Damasco que estaba controlado por la oposición. El ataque provocó cientos de muertos, aumentando la presión internacional sobre el régimen de Al-Assad. Además, entre la oposición siria crecieron los grupos islamistas radicales -como el Estado Islámico (EI)- que se enfrentaron al gobierno, los kurdos -grupos armados que defienden la autonomía del pueblo kurdo – y los rebeldes.
El siguiente año el EI le quita el control de la ciudad de Al Raqa a los rebeldes y la proclama capital de su califato. Con el apoyo de las milicias kurdas, una coalición Internacional -con Estados Unidos a la cabeza – bombardeó el territorio controlado por el Estado Islámico, que se extendió desde Alepo hasta Bagdad, en Irak.
Durante marzo de 2015, los rebeldes asediaron la ciudad de Idlib y amenazaron la provincia de Lakatia, unos de los bastiones del régimen donde, además de se encontraban dos bases militares rusas. Para septiembre, Rusia intervino para apoyar al gobierno sirio bombardeando a los grupos rebeldes y terroristas; mientras que Estados Unidos mandó fuerzas especiales a los kurdos para su batalla contra el EI.
Ante la creciente influencia kurda en la frontera turca, en 2016 Turquía entró en escena y lanzó su primera operación en territorio sirio; sin embargo, al mismo tiempo el régimen inició una ofensiva sobre Alepo hasta expulsar por completo a los rebeldes en diciembre, tras cuatro años de conflicto.
Hace cuatro años, Rusia e Irán, los principales aliados del régimen, abrieron el diálogo con Turquía para encontrar una solución al conflicto, todo al margen de las negociaciones de la ONU. Por otra parte, la guerra se decantaba a favor de Bashar al-Assad, pues los rebeldes estaban acorralados en Idlib y las milicias kurdas recuperaron Al Raqa, reduciendo así el territorio controlado por el Estado Islámico.
Luego de que Idlib se convirtiera en el último bastión rebelde -un sector cada vez más debilitado- y tras concretarse la retirada de las tropas de Estados Unidos, en 2019 Turquía lanzó una nueva ofensiva contra los kurdos para reducir su influencia en el noroeste de Siria e imponer una zona de seguridad en su frontera, con la intención de reubicar allí a una parte de los refugiados sirios, que hasta hoy viven en suelo turco. Recientemente, en 2020, un alto al fuego en Idlib puso en tensa calma la zona de guerra, aunque sin avances para terminar el conflicto y una grave crisis humanitaria.
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