Magistrada Selina Haidé Avante Juárez
El concepto de padre en nuestro tiempo ha evolucionado para ser generalmente aceptado, que es todo aquel progenitor distinto de la madre biológica.
El movimiento feminista que se viene gestando ya desde hace al menos cuatro décadas en México, ha tenido importantes repercusiones en esta esencial figura del concepto familiar y social del padre, al grado de llegar a cuestionarnos ¿es posible estimar que el progenitor es prescindible?
Para responder esta fuerte interrogante es conveniente analizar lo que ha venido sucediendo ya en países de primer mundo, como Suiza, Islandia o España, donde el uso de técnicas de reproducción asistida son muy recurridas por mujeres en ejercicio de su libre desarrollo, han elegido crear una familia deliberadamente uniparental.
Pero, ¿es posible hablar de una madre y un padre pueden aportar la misma sustancia en la educación de un hijo? Respetuosamente pienso que no.
En efecto, nadie duda que las mujeres como madres pueden ser amorosas y comprometidas con la crianza de sus hijos; sin embargo, las diferencias sustanciales entre hombres y mujeres han determinado, según estudios recientes, que el ingrediente emocional que aportan no es el mismo. Porque, mientras las madres son protectoras y harían cualquier cosa por evitar el sufrimiento de sus hijos, los padres se determinan, incluso hormonalmente como más reactivos, como fuente de fortaleza y seguridad.
En ese contexto, ¿Qué pasa cuando accidental o deliberadamente se suprime la figura paterna? Deriva en este fenómeno conocido como “crisis de paternidad” con todo lo que implica esa ausencia de seguridad y por ende de autoestima en los niños, sin embargo, no es solo la ausencia física de un padre la que lleva este desolador panorama.
Actualmente, las ideologías de género en apoyo de las mujeres han agudizado otros problemas, como el que, cada vez más mujeres optan por obviar una presencia masculina y erigirse a sí mismas como únicas constructoras de la educación de sus hijos sacando por completo al hombre de su estructura familiar, generando un vacío de los detonantes emocionales básicos en la vida de un niño.
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Otro tipo de ausencia es la psicológica, es cuando el padre está presente, pero ajeno a las emociones y sentimientos del niño, ya sea porque trabaja demasiado o por que la madre no le permite interactuar con el menor a nivel emocional.
A lo anterior, se suma otra problemática cada vez más recurrente, la desvalorización del hombre, una percepción errónea, que no es útil, apto para cumplir con roles como cuidar eficientemente a niños pequeños, por lo que los coloca en rol de proveedores, pero imposibilitados para cubrir necesidades afectivas, aun cuando tengan el deseo de hacerlo.
En este contexto, pareciera que el padre del siglo XXI desdibuja en esta crisis ante la inexistencia de la jerarquía tradicional. ¿Cómo lograr detener este terrible fenómeno? Considero que entendiendo y revalorizando la importancia de la figura masculina, entendida en un criterio atemporal y fuera de una civilización o sociedad en concreto, es decir, entender que el padre es un complemento de fortaleza activa, en el papel amoroso de la madre, que lo hace proveedor natural de autoestima, seguridad y fortaleza para sus hijos. Por lo mismo es un factor clave de autonomía y crecimiento para un ser humano. Además de liberar a la madre del estereotipo de “sacrificar” su vida por sus hijos y la convierte en coadyuvante para lograr su propia independencia y felicidad en una familia equilibrada donde todos se sienten útiles y productivos en una comunidad de amor.
Finalmente, creo que es hora de reivindicar a los padres y reconocer este valioso rol masculino para equilibrar la familia y lograr así sociedades más sanas y con ello seres humanos más felices.
JGR